viernes, 12 de julio de 2013

Viaje a Coquimbo

Viaje a Coquimbo
por Alfredo Martinez Hidalgo
(Cad III A.E.)

Aunque la historia no partió con ese “Hola”, era indudable que ese acto fue fundamental. Él había comprado con tiempo ese pasaje a Coquimbo. Los fines de semana en la Escuela son muy escasos, entonces se debe ser previsor. Él, sentado en el puesto 19, escuchando a Iron Maiden, miraba hacia la ventana. Ella, inmediatamente adelante, en el 17, hojeaba un libro de Isabel Allende. Era importante tener panorama para soportar séis horas de viaje, de Santiago a Coquimbo. Incluso a veces el mismo sueño podía ser tedioso. Entonces ocurrió el milagro. Hay veces en la vida en que un sencillo acto de magia puede crear una bonita historia. Una llamada a su celular, la delató. Esa voz era conocida. Era la misma de un cuento fugaz de verano, en las playas de La Serena. Habían compartido unos tragos y unos chistes aburridos. Hubo un beso en la mejilla y un relativismo absoluto de una "próxima vez". Se levantó de su puesto y con sus manos le tapó los ojos. Dijo ese fundamental “Hola”. Ella respondió de la misma manera, dentro de un estado de nerviosismo. Tampoco había olvidado esa tonalidad rasposa. Esa sonrisa femenina iluminaba todo el bus. Nunca se supo si el puesto de al lado de ella había sido comprado. Eso jamás fue importante y él se sentó en el asiento 18. Repitieron el mismo beso en la mejilla. Ella quedó atónita al verlo uniformado. En ese verano, él nunca le había dicho que estaba en el Ejército. Pero él tampoco sabía que ella estaba en la Escuela de Investigaciones. De pronto, él abrió su sagrado paquete de galletas Tritón. No sabía que eran las galleras preferida de aquellos hermosos ojos de mujer. (Dios sabe que tantas coincidencias no existen y que todos estos actos coordinados deben corresponder a un plan. El secreto de la vida debe ser entenderlo). Estas eran razones suficientes, para volver a los mismos chistes aburridos y contemplarla como veía con ternura. La conversación nunca pretendió ser intelectual. Solo eran cosas cotidianas, que él ridiculizaba y que le salían muy bien. El bus salió del Terminal San Borja y durante tres horas fue cómplice de risas amigables. Sin embargo, estas cambiaron antes de pasar por Los Vilos. Él apunto a un cerro, La Arboleda, donde le decía que entrenaban tres veces al año. La última vez que había estado había sido el 18 de febrero: el último dia de campaña. Como por reflejo condicionado, ella sacó su billetera. El carnet de identidad reflejaba que ese día era su cumpleaños. La magia volvió a ocurrir cuando él, queriendo ver la fecha, y ella, oponiéndose por la típica vergüenza a mostrar la foto del carnet, originaron una pequeña pelea, que entre sutiles muñecas sujetadas, crearon el primer beso verdadero. Había un algo que desde el primer chiste aburrido, anunciaba a ambos que esto terminaría así. El asunto era cuándo y cómo ocurriría. No hubo más risas desde aquel cerro. Solo besos hasta Coquimbo. El último fue antes de llegar a La Herradura. Él debía bajarse. Le preguntó si estaba de acuerdo para en el terminal el día domingo a mediodía, para volver a Santiago. Ella respondió con un “te quiero” ( Lo entendió como un “si”).

No hay comentarios:

Publicar un comentario