viernes, 12 de julio de 2013

Si atrás volver pudiera

Si atrás volver pudiera
Por Íñigo San Juan Pernar
(Cad. I A.E)


El tiempo en la soledad suena 
se alza el péndulo y cae la noche 
la risa y el vino en hora tan amena 
hacen recuerdo de alegría en derroche. 
Mira cómo las luciérnagas danzan 
buscan con gozo la luz de las farolas 
que alumbran el camino a quienes avanzan 
por océanos de sueños y gimientes olas.
 
Esclavo soy del gran relojero 
replica en lejanías sus campanadas de verdad 
que quien quiera doblegar al tiempo imperecedero 
no conseguiria con ello triunfo o libertad. 
tal vez si atrás volver pudiera 
atrás las nieblas de oscura madrugada. 
Besar los labios de una mujer quisiera 
descansar bajo acacias de mi tierra tan amada. 
Cae el letargo en viñedos de otoño dorado 
vestidos de rojo, bañados en oro. 
Duerme el búho por viento cantado 
y madura la tierra que extraño y adoro. 
Destellos celestes en amanecer helado 
vi la sonrisa de Dios en las montañas. 
Los hilos plateados de un río tormentoso 
en el que tú, pura luna, te bañas. 
Giran en carrusel estrellas grises 
galaxias en espiral, en polvos de vida. 
Navegan las almas en quietudes felices 
tras haber dejado su pena vencida. 
Sus sombras se alzan, atentos vigilantes 
en la noche eterna, su compañía buscamos. 
Quienes sosmos del destino seguidores errantes 
quienes la nobleza de su memoria honramos. 
El frío del pasado nos golpea los rostros 
de lo que fue nada queda mas que una Cruz quebrada. 
Los días alegres, esos fueros otros 
pues ahora sólo queda un alma en llanto abandonada.


Óxido

Óxido
Por Alfredo Martínez Hidalgo
(Cad. III A.E.)

Hoy apareces otra vez, en un día lluvioso. Siempre llueve en Santiago y moja los fierros de la ciudad. Y aunque me da gusto verte y ver tu pelo moreno húmedo y darme cuenta de que no hemos cambiado nada, vuelves como un fantasma reiterativo a inundar mi mente de preguntas retóricas, aquí, en Plaza Italia. Si tan solo hubiéramos tenido el tiempo. Pero, ya no eres la joven simple de voz hermosa, cuyos  ojos me hicieron prisionero. Ahora eres la estrella, la Virgen, mi padre, mi madre, mi hermano, mi mundo, mi muerte y tú. Mas, ¡siempre te justificaste en el tiempo! ¡Siempre prometiste una migaja de tiempo para mí! ¡Y yo con eso era feliz! ¡Ahora dime algo banal! ¡Porque necesito esa banalidad ahora! ¡Siempre fuiste muy buena con las palabras! ¡Y son esas palabras las que me consolaban demasiado! ¡Porque esas palabras me enamoraron sinceramente! Y porque esas palabras me enseñaron el amor a Cortázar y a Pink Floyd… Y de pronto, te cruzas, mientras compro discos de Janis Joplin, en nuestra esquina de Plaza Italia. Me saludas efusivamente, como si entre los dos hubiese un reencuentro de años. ¡No! Porque entre nosotros hay siglos de distancia, porque nunca me gustaron esas historias mal contadas, que hablaban de amor. Porque, cuando llueve en Santiago y moja los fierros de la ciudad, al final solo deja óxido. 

Viaje a Coquimbo

Viaje a Coquimbo
por Alfredo Martinez Hidalgo
(Cad III A.E.)

Aunque la historia no partió con ese “Hola”, era indudable que ese acto fue fundamental. Él había comprado con tiempo ese pasaje a Coquimbo. Los fines de semana en la Escuela son muy escasos, entonces se debe ser previsor. Él, sentado en el puesto 19, escuchando a Iron Maiden, miraba hacia la ventana. Ella, inmediatamente adelante, en el 17, hojeaba un libro de Isabel Allende. Era importante tener panorama para soportar séis horas de viaje, de Santiago a Coquimbo. Incluso a veces el mismo sueño podía ser tedioso. Entonces ocurrió el milagro. Hay veces en la vida en que un sencillo acto de magia puede crear una bonita historia. Una llamada a su celular, la delató. Esa voz era conocida. Era la misma de un cuento fugaz de verano, en las playas de La Serena. Habían compartido unos tragos y unos chistes aburridos. Hubo un beso en la mejilla y un relativismo absoluto de una "próxima vez". Se levantó de su puesto y con sus manos le tapó los ojos. Dijo ese fundamental “Hola”. Ella respondió de la misma manera, dentro de un estado de nerviosismo. Tampoco había olvidado esa tonalidad rasposa. Esa sonrisa femenina iluminaba todo el bus. Nunca se supo si el puesto de al lado de ella había sido comprado. Eso jamás fue importante y él se sentó en el asiento 18. Repitieron el mismo beso en la mejilla. Ella quedó atónita al verlo uniformado. En ese verano, él nunca le había dicho que estaba en el Ejército. Pero él tampoco sabía que ella estaba en la Escuela de Investigaciones. De pronto, él abrió su sagrado paquete de galletas Tritón. No sabía que eran las galleras preferida de aquellos hermosos ojos de mujer. (Dios sabe que tantas coincidencias no existen y que todos estos actos coordinados deben corresponder a un plan. El secreto de la vida debe ser entenderlo). Estas eran razones suficientes, para volver a los mismos chistes aburridos y contemplarla como veía con ternura. La conversación nunca pretendió ser intelectual. Solo eran cosas cotidianas, que él ridiculizaba y que le salían muy bien. El bus salió del Terminal San Borja y durante tres horas fue cómplice de risas amigables. Sin embargo, estas cambiaron antes de pasar por Los Vilos. Él apunto a un cerro, La Arboleda, donde le decía que entrenaban tres veces al año. La última vez que había estado había sido el 18 de febrero: el último dia de campaña. Como por reflejo condicionado, ella sacó su billetera. El carnet de identidad reflejaba que ese día era su cumpleaños. La magia volvió a ocurrir cuando él, queriendo ver la fecha, y ella, oponiéndose por la típica vergüenza a mostrar la foto del carnet, originaron una pequeña pelea, que entre sutiles muñecas sujetadas, crearon el primer beso verdadero. Había un algo que desde el primer chiste aburrido, anunciaba a ambos que esto terminaría así. El asunto era cuándo y cómo ocurriría. No hubo más risas desde aquel cerro. Solo besos hasta Coquimbo. El último fue antes de llegar a La Herradura. Él debía bajarse. Le preguntó si estaba de acuerdo para en el terminal el día domingo a mediodía, para volver a Santiago. Ella respondió con un “te quiero” ( Lo entendió como un “si”).