Óxido
Por Alfredo Martínez Hidalgo
(Cad. III A.E.)
Hoy apareces otra vez, en
un día lluvioso. Siempre llueve en Santiago y moja los fierros de la ciudad. Y
aunque me da gusto verte y ver tu pelo moreno húmedo y darme cuenta de que no
hemos cambiado nada, vuelves como un fantasma reiterativo a inundar mi mente de
preguntas retóricas, aquí, en Plaza Italia. Si tan solo hubiéramos tenido el
tiempo. Pero, ya no eres la joven simple de voz hermosa, cuyos ojos me hicieron prisionero. Ahora eres la estrella,
la Virgen, mi padre, mi madre, mi hermano, mi mundo, mi muerte y tú. Mas, ¡siempre
te justificaste en el tiempo! ¡Siempre prometiste una migaja de tiempo para mí!
¡Y yo con eso era feliz! ¡Ahora dime algo banal! ¡Porque necesito esa banalidad
ahora! ¡Siempre fuiste muy buena con las palabras! ¡Y son esas palabras las que
me consolaban demasiado! ¡Porque esas palabras me enamoraron sinceramente! Y
porque esas palabras me enseñaron el amor a Cortázar y a Pink Floyd… Y de
pronto, te cruzas, mientras compro discos de Janis Joplin, en nuestra esquina
de Plaza Italia. Me saludas efusivamente, como si entre los dos hubiese un
reencuentro de años. ¡No! Porque entre nosotros hay siglos de distancia, porque
nunca me gustaron esas historias mal contadas, que hablaban de amor. Porque,
cuando llueve en Santiago y moja los fierros de la ciudad, al final solo deja
óxido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario