viernes, 12 de julio de 2013

Óxido

Óxido
Por Alfredo Martínez Hidalgo
(Cad. III A.E.)

Hoy apareces otra vez, en un día lluvioso. Siempre llueve en Santiago y moja los fierros de la ciudad. Y aunque me da gusto verte y ver tu pelo moreno húmedo y darme cuenta de que no hemos cambiado nada, vuelves como un fantasma reiterativo a inundar mi mente de preguntas retóricas, aquí, en Plaza Italia. Si tan solo hubiéramos tenido el tiempo. Pero, ya no eres la joven simple de voz hermosa, cuyos  ojos me hicieron prisionero. Ahora eres la estrella, la Virgen, mi padre, mi madre, mi hermano, mi mundo, mi muerte y tú. Mas, ¡siempre te justificaste en el tiempo! ¡Siempre prometiste una migaja de tiempo para mí! ¡Y yo con eso era feliz! ¡Ahora dime algo banal! ¡Porque necesito esa banalidad ahora! ¡Siempre fuiste muy buena con las palabras! ¡Y son esas palabras las que me consolaban demasiado! ¡Porque esas palabras me enamoraron sinceramente! Y porque esas palabras me enseñaron el amor a Cortázar y a Pink Floyd… Y de pronto, te cruzas, mientras compro discos de Janis Joplin, en nuestra esquina de Plaza Italia. Me saludas efusivamente, como si entre los dos hubiese un reencuentro de años. ¡No! Porque entre nosotros hay siglos de distancia, porque nunca me gustaron esas historias mal contadas, que hablaban de amor. Porque, cuando llueve en Santiago y moja los fierros de la ciudad, al final solo deja óxido. 

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