Por Íñigo San Juan Pernar
(Cad. I A.E)
El tiempo en la soledad suena
se alza el péndulo y cae la noche
la risa y el vino en hora tan amena
hacen recuerdo de alegría en derroche.
Mira cómo las luciérnagas danzan
buscan con gozo la luz de las farolas
que alumbran el camino a quienes avanzan
por océanos de sueños y gimientes olas.
Esclavo soy del gran relojero
replica en lejanías sus campanadas de verdad
que quien quiera doblegar al tiempo
imperecedero
no conseguiria con ello triunfo o libertad.
tal vez si atrás volver pudiera
atrás las nieblas de oscura madrugada.
Besar los labios de una mujer quisiera
descansar bajo acacias de mi tierra tan amada.
Cae el letargo en viñedos de otoño dorado
vestidos de rojo, bañados en oro.
Duerme el búho por viento cantado
y madura la tierra que extraño y adoro.
Destellos celestes en amanecer helado
vi la sonrisa de Dios en las montañas.
Los hilos plateados de un río tormentoso
en el que tú, pura luna, te bañas.
Giran en carrusel estrellas grises
galaxias en espiral, en polvos de vida.
Navegan las almas en quietudes felices
tras haber dejado su pena vencida.
Sus sombras se alzan, atentos vigilantes
en la noche eterna, su compañía buscamos.
Quienes sosmos del destino seguidores
errantes
quienes la nobleza de su memoria honramos.
El frío del pasado nos golpea los rostros
de lo que fue nada queda mas que una Cruz quebrada.
Los días alegres, esos fueros otros
pues ahora sólo queda un alma en llanto abandonada.
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