Septiembre
Por Angelo Magaña Suazo
(Cad. II A.E.)
Ya es primavera y se vive un ambiente “chilenizado” por los volantines, grupos de amigos, humo de asados y música propia del
folclor criollo.
La sed, el calor y el cansancio, los “ejercicios escuela”,
el paso regular, los retos de mi comandante de compañía, revistas preparatorias,
más paso regular…
Ya van dos años en que esta fecha se ha tornado para mí y
mis compañeros algo completamente
diferente a cómo vivíamos y comprendíamos esta época del año, tan especial para los nativos
de esta tierra llamada Chile, puesto que
para el militar, esta época significa un
gran sacrificio tanto físico como mental.
Me encuentro firme ante la tribuna de honor del Parque
O’Higgins junto a mi unidad de formación. Detrás de mí, logro escuchar a la gente
disfrutando de un día despejado y celeste, en compañía de sus seres
queridos. Juegan en el parque con los
niños, luchan entre ellos por lograr la supremacía de sus volantines en el
cielo, ríen y bailan al son de una buena
cueca chilena .
Mis amigos patean la perra, al igual que yo, a causa de ese despiadado casco que presiona
nuestros cráneos y que parece horno. No sé en qué pensaron los antiguos
prusianos. ¿Acaso no se querían a ellos mismos? Al mismo tiempo el sol golpea
nuestras mejillas y la rodilla empieza a joder por el desgaste de la semana de
preparaciones recién pasada.
Es impresionante el número de ventrílocuos profesionales que
podrían salir de las filas de la Escuela Militar. La gente no lo nota, pero
todo aquel que ha vivido las formaciones de este Alcázar y que pertenece a él,
sabe que dentro de esa compañía de formación estoica que la gente ve, recorren
todo tipo de comentarios y recordatorios entre los cadetes y sub-Alféreces.
“Ahora se siguen las vistas”, “mira esa mina…” “¿ese es tu papá?”, “ya queda
poco”, etc. Y todo esto con la vista al
frente y sin mover la boca.
-“¿Qué le pasa a Muñoz?” – preguntó un cadete de la tercera
escuadra.
-“Se siente mal, dice que el pan con jamón y queso que nos
dieron le jodió la guata” – respondió el cadete que se encontraba al otro lado
de Muñoz
-“Oye viejo, ¿queri’ vomitar? - Pregunta el primer cadete a
Muñoz.
Luego de esto seguí escuchando susurros pero ya no lograba
entender lo que decían. Supuse que algo se les iba a ocurrir y sentí lástima
por el mal momento de mi compañero, aunque no pude evitar pensar que siempre
hay un compadre más jodido que uno.
Independientemente de los pormenores , hay algo que me hace parecer
distinto a toda la gente que muy merecidamente disfruta de su día libre. Frente
a mi flamea el tricolor más hermoso de
todos y los cadetes lo llevan en el
corazón y dentro de su guerrera azul. Presentarme frente a ella en nuestra
tenida más elegante me llena de orgullo. Más aun cuando en marcha de calle
vamos viendo el rostro de la gente, de
nuestros familiares que nos graban con sus cámaras y nos fotografían. Lanzan
gritos de aliento hacia nosotros y nos agradecen lo que hacemos. “Esa es la
paga del militar que siente la vocación de servicio a la sociedad, el que no se
emocione con esto, caballeros, se
equivocó de lugar”, suele decirnos mi capitán.
Frente a la ciudadanía, puedo decir esto porque soy testigo
y participante a la vez, no solo se le erizan los pelos a mis compañeros, sino
que lagrimas de emoción brotan de sus ojos y sus rostros reflejan el
sentimiento de verse pagados por el cariño de la gente. Y la pateadura de perra
colectiva se desvanece gracias a eso.
Quizás seamos muy jóvenes para hablar de patriotismo y
llenarnos la boca de frases inmortalizadas en bronce que tanto les gusta a los
viejos repetir. Pero si hay algo que me queda claro, es que si hay un momento en
donde nace el patriotismo, es cuando una persona lo entrega todo por sus pares
sin un pensamiento de retribución alguna, y lo hace pensando en el bien
colectivo, en la empatía. Personalmente, entiendo la Parada Militar de esta
forma. Sé que hay gente que vibra viendo a los soldados de su patria mostrarse
ante ellos con la disciplina impecable que siempre ha tenido las fuerzas
armadas de Chile y que nuestras familias esperan, con más ansias que nosotros, vernos desfilar en esa tribuna de honor donde miles de soldados de antaño y
presente han pasado, y seguirán pasando.
Entonces mientras sigo firme viendo la montaña rusa del
parque de diversiones que tengo al frente, intento concentrarme en no patear la
perra, disfrutar el momento dentro de lo que se pueda y en entregar todo en
este 19 de septiembre.