sábado, 22 de junio de 2013

La Nube

La Nube
Por Alfredo Martínez Hidalgo
(Cad. III A.E)


La nube que salía de su boca era el testigo helado de vuestro secreto. La situación siempre fue complicada. Miradas cruzadas y sonrisas espontaneas: vuestras cómplices. Dentro del cuartel, sólo un mando y una subordinada. Fuera, dos enamorados que gustaban de bailar tango. Era casi cómico, de lunes a viernes se saludaban escuetamente por los pasillos o de forma grupal, cuando ella estaba en la escuadra. Le preguntaba sobre cosas administrativas, nada muy privado. El fin de semana, en cambio, eran un solo cuerpo, mientras coordinadamente bailaban un tango de Gardel. El tuteo, los abrazos, los besos y los secretos más íntimos eran solo cosa de sábado y domingo. Pero no podía ser público. El capitán ya había advertido que no podía haber relaciones amorosas entre el comandante de escuadra y una cadete. El mando no debe conocer el amor, porque altera las relaciones jerárquicas. En caso de guerra uno debía ser frío y no podía tomar decisiones conscientes envuelto en pasiones. Sin embargo, él se daba cuenta de que las cosas pasan, que los sentimientos nacen y que uno no los manda. Ella se preocupaba, porque no quería que nadie se diera cuenta. No quería que él fuera sancionado. A él no le importaba. No se iba a esconder ante nadie. Ellos no estaban haciendo nada malo. Tal vez no era ni el lugar ni el tiempo. Mas no eran culpables de ningún crimen. Ese amor era sincero. Amor era lo único que se podían regalar y era lo único que necesitaban para vivir. Tal vez esa es la razón por la que, en esta noche helada, donde solo salía vapor por su boca, ella estando de centinela, encontró una hoja de cuaderno dentro de su bolsillo izquierdo que simplemente decía: “por amor seguiremos”.

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