domingo, 2 de septiembre de 2012

La Eternidad que existe en el lapso de un segundo


La Eternidad que existe en el lapso de un segundo.
Por Alfredo Martinez Hidalgo
(Cad. II A.E.)


Tenía miedo, pero ya se había disparado. ¿Servía lamentarse ahora? Es por eso, que sentía que todo sería un sueño infinito. Debe ser por eso que sudaba mucho y su corazón latía a mil por ciento, en el momento previo a apretar el gatillo sobre su cabeza.
Cuando se encerró en el baño, solo pensaba en terminar con su vida. Sin duda, el alcohol y las anfetas que corrían por sus venas, habían ayudado a tomar su decisión. Él sabía que no podía escapar y que los policías lo estaban buscando. La venta de narcóticos es un crimen grave y generalmente, estos crímenes se pagan con la muerte. Los policías estaban afuera del baño y le gritaban que se rindiera. Sinceramente creo que lo mejor era rendirse. Pero tomaste otra decisión.
El gatillo ya estaba jalado y de a poco ese mundito de plomo se introducía en su cabeza y perforaba cada molécula de carne y hueso que encontraba a su paso. Sin embargo, se demoraba tanto en atravesar el cerebro, que ese segundo era una eternidad.
-¡Mama! Cuando sea grande seré presiente- decía uno de sus recuerdos de infancia.
- Gracias Eva, por este hijo que me has dado – decía cuando nació su único hijo.
-  Esta será la única vez, que venda tu maldita mercancía. Si lo hago, es porque mi señora y yo estamos sin trabajo y el niño tiene que comer también. Pero quiero que te quede bien claro que esto lo hago por necesidad. No soy un criminal como tú -dijiste cuando aceptaste ese trabajo que hoy te llevaba a una muerte, que no acababa nunca de llegar.
Recordó su primer beso con esa desconocida. Recordó esa corbata que su hijo le regaló para el último día del padre. Recordó ese beso rutinario, y que sería el último, antes de llegar acá. Simplemente dijiste:
 – Mi amor, voy a la oficina y a las seis estoy de vuelta. 
Es triste darse cuenta que no volverás.
El cerebro estaba siendo perforado, cuando alcanzó a decir “Perdón”, mientras una lágrima caía por sus ojos y los policías abrían la puerta, en cámara lenta.
Su cuerpo estirado, ya sin vida, en la mano derecha un revólver y en la mano izquierda la foto de su familia, eran testigo de la relatividad del tiempo. Los policías atestiguaron que el suicidio fue muy rápido. Dijeron que solo un segundo después de encerrarse en el baño, se disparó. Para él, ese segundo fue la eternidad. Desfiló toda su vida por su cabeza, y sus culpas no lo dejaban morir. Esa foto familiar era testigo que no existe lapso más eterno que el lapso de un segundo.