La
Eternidad que existe en el lapso de un segundo.
Por Alfredo Martinez Hidalgo
(Cad. II A.E.)
Tenía miedo, pero ya se
había disparado. ¿Servía lamentarse ahora? Es por eso, que sentía que todo
sería un sueño infinito. Debe ser por eso que sudaba mucho y su corazón latía a
mil por ciento, en el momento previo a apretar el gatillo sobre su cabeza.
Cuando se encerró en el
baño, solo pensaba en terminar con su vida. Sin duda, el alcohol y las anfetas
que corrían por sus venas, habían ayudado a tomar su decisión. Él sabía que no podía
escapar y que los policías lo estaban buscando. La venta de narcóticos es un
crimen grave y generalmente, estos crímenes se pagan con la muerte. Los
policías estaban afuera del baño y le gritaban que se rindiera. Sinceramente
creo que lo mejor era rendirse. Pero tomaste otra decisión.
El gatillo ya estaba
jalado y de a poco ese mundito de plomo se introducía en su cabeza y perforaba
cada molécula de carne y hueso que encontraba a su paso. Sin embargo, se
demoraba tanto en atravesar el cerebro, que ese segundo era una eternidad.
-¡Mama! Cuando sea
grande seré presiente- decía uno de sus recuerdos de infancia.
- Gracias Eva, por este
hijo que me has dado – decía cuando nació su único hijo.
- Esta será la única vez, que venda tu maldita
mercancía. Si lo hago, es porque mi señora y yo estamos sin trabajo y el niño
tiene que comer también. Pero quiero que te quede bien claro que esto lo hago
por necesidad. No soy un criminal como tú -dijiste cuando aceptaste ese trabajo
que hoy te llevaba a una muerte, que no acababa nunca de llegar.
Recordó su primer beso
con esa desconocida. Recordó esa corbata que su hijo le regaló para el último
día del padre. Recordó ese beso rutinario, y que sería el último, antes de
llegar acá. Simplemente dijiste:
– Mi amor, voy a la oficina y a las seis estoy de vuelta.
Es triste darse cuenta que no volverás.
– Mi amor, voy a la oficina y a las seis estoy de vuelta.
Es triste darse cuenta que no volverás.
El cerebro
estaba siendo perforado, cuando alcanzó a decir “Perdón”, mientras una lágrima
caía por sus ojos y los policías abrían la puerta, en cámara lenta.
Su cuerpo estirado, ya
sin vida, en la mano derecha un revólver y en la mano izquierda la foto de su
familia, eran testigo de la relatividad del tiempo. Los policías atestiguaron
que el suicidio fue muy rápido. Dijeron que solo un segundo después de
encerrarse en el baño, se disparó. Para él, ese segundo fue la eternidad. Desfiló
toda su vida por su cabeza, y sus culpas no lo dejaban morir. Esa foto familiar
era testigo que no existe lapso más eterno que el lapso de un segundo.